El remate público de la Ciudad Heroica
Por: JUAN GOSSAíN |
La controversia que se formó en por la colocación de este puesto promocional cerca a la muralla.
Foto: Alberto Mario Suárez / EL TIEMPO
Juan Gossaín hace eco de señalamientos a Campo Elías Terán, por conceder polémicos permisos.
Fuiste heroica en los años coloniales,
cuando tus hijos, águilas caudales,
no eran una caterva de vencejos…
(Luis Carlos López, ‘A mi ciudad nativa’).
Pasen adelante, señoras y señores, distinguida clientela, y tomen asiento, que la subasta más grande de la historia ya empezó. Liquidación total de la existencia. Los monumentos de Cartagena de Indias están a precio de ganga. Escoja el suyo y páguelo en cómodas cuotas, con unas cuantas monedas que en nada se parecen a las de Judas. ¿A alguien le provoca un tintico?
Allá, al fondo, el caballero del hospital ortopédico anuncia que está interesado en la pata de palo de don Blas de Lezo, hecha a prueba de gorgojos. Felicitaciones por su compra. Le encimamos, de ñapa, el parche que don Blas usaba en el ojo tuerto, para que se lo regale en navidad a un colega oftalmólogo.
Mi secretario me trae otra noticia emocionante: la fábrica de colchones ‘Morfeo’ acaba de adquirir el catre de pobres en que dormía san Pedro Claver. Es un verdadero sueño. Por ahí estoy viendo los huesos del santo. Después hablamos.
No desaprovechen esta ocasión única. Sigan, sigan ustedes, y sean bienvenidos: el mejor postor, el negociante astuto, los que financian campañas electorales, el avivato que asoma la cabeza, el que compra votos para después quedarse con su pedazo de monumento.
Enamorados, alcatraces y carros
No estoy haciéndome el gracioso ni jugando a las ironías. Ni siquiera sé si estoy más iracundo que descorazonado o si es al revés. Sépanlo, pues: la incomparable historia de Cartagena, de la que estamos tan orgullosos los colombianos, y a la que un rey de España no tuvo más remedio que llamar «ciudad heroica», está en remate público, como si las reliquias fueran una mercancía. Les cuento, por ejemplo, lo que acaba de suceder.
Jueves 13 de septiembre. Poco antes de las cinco de la tarde, un piquete de policías se estaciona en el revellín de las murallas, cerca de La Tenaza, a cincuenta pasos del mar, en un costado de la avenida que conduce al aeropuerto. (Un revellín, en el lenguaje de la antigua arquitectura militar, es el ángulo que hace la muralla cuando da vuelta en una esquina).
Los policías, cumpliendo un mandato perentorio de la Alcaldía, ocupan posiciones como si fueran para el combate. Muchachos y jubilados, aprovechando los vientos que soplan del norte, elevan sus barriletes de colores. Los enamorados pasean tomados de la mano, mientras el sol del atardecer cae sobre el mar, sangrándolo, al otro lado de la calle.
Pero hoy no habrá cometas ni promesas de amor. La policía ordena desalojar la explanada de hierba para que la compañía de automóviles Hyundai Colombia, amparada en el respectivo permiso de las autoridades, proceda a instalar un gigantesco mamarracho de acero, con mostradores y techos de plástico, para poner a la venta 700 automóviles. La cortina de muralla desaparece, cubierta por los carteles de propaganda, y los enamorados se esfuman. Los alcatraces miran el adefesio desde las piedras de la playa, a prudente distancia, no sea que a ellos también los pongan a manejar un carro.
Se me arruga el corazón al pensar que ese es el mismo lugar en que Simón Bolívar, en vísperas de su viaje final a Santa Marta, hizo detener una tarde el coche de caballos en que paseaba. Se puso de pie, tambaleante, y, mirando a la muralla, según el testimonio del general O’Leary, y exclamó: «Salve, gloriosa Cartagena».
Mártires de cuatro ruedas
Dos días después el parapeto de Hyundai fue desmontado gracias a una orden terminante enviada desde Bogotá por el Ministerio de Cultura. La Alcaldía, en cambio, miraba para otra parte, haciéndose la desentendida.
Se trata de la misma empresa que hace apenas cinco meses, durante la Cumbre de las Américas, se atrevió a ocupar con su exposición de cachivaches relucientes el Camellón de los Mártires, nada menos, el sitio en que se levanta el majestuoso monumento de la Libertad con forma de mujer, ese largo corredor en que fueron fusilados por las tropas españolas los patriotas de 1816.
A un costado está la tierra sagrada de la Boca del Puente, donde hace doscientos años los cartageneros famélicos se recostaban a la pared protectora de la muralla, durante los días terribles de la reconquista española, porque prefirieron morirse de hambre en plena calle antes que cometer la deshonra de una rendición. La ciudad, que nunca fue vencida, perdió la mitad de sus 16 mil habitantes, pero no se entregó a los invasores.
Los descendientes de ese pueblo indomable, el que puso en fuga a la más grande armada inglesa que hayan visto los mares, el que espantó a piratas y aventureros, hoy se rinden como corderos ante una miserable chalupa cargada de rufianes y mercaderes sin entrañas.
Baluartes convertidos en tabernas
La verdad es que no se trata de nada nuevo ni debería haber motivos para la sorpresa. En pleno siglo veinte, algún gobernante de Cartagena, aconsejado por unos asesores gringos, demolió setecientos metros de muralla, entre la Boca del Puente y San Diego, para que «el progreso» pudiera entrar al centro. Me imagino que «el progreso» eran esos buses piojosos que todavía andan por ahí, y que el día de elecciones transportan gratuitamente a los partidarios de ciertos candidatos.
Hace poco tiempo entregaron en arriendo un baluarte que se levanta frente a la ciénaga de san Lázaro. Los comerciantes instalaron un bar con restaurante. Lo primero que hicieron, y Dios los coja confesados, fue taladrar un pedazo de la muralla, que tiene casi cuatrocientos años, para poner una escalera de hierro que permita el acceso de la distinguida clientela hasta lo alto de la fortaleza. Otro construyó cerca de allí un bailadero y, para que los diestros danzarines no sufran tropezón alguno, procedió a pavimentar con cemento el piso de la muralla.
(Avanza nuestro remate. Nos quedan de saldo tres amaneceres y un crepúsculo de verano. ¿Quién da más por este lote de seis plazas coloniales con sus respectivas estatuas? Allá, a la derecha, el señor inversionista ofrece comprar el castillo de san Felipe de Barajas, la fortaleza militar más impresionante que España edificó en América, para construir sobre ella seis torres de apartamentos. Lo pensaremos, lo pensaremos…).
Epílogo con águilas
Es posible, aunque difícil, encontrar a alguien que quiera a Cartagena tanto como yo la quiero. Lo imposible es encontrar a alguien que la quiere más de lo que yo la quiero. Por eso es que soy incapaz de guardar silencio sin sentirme cómplice.
Las alcantarillas, lejos de llevarse las aguas llovedizas, devuelven los residuos a la calle. Los escandalosos contratos de aseo se ventilan por estos días en la prensa mientras avanza metro a metro una nueva flota invasora: la basura. Los gobernantes de la ciudad creen que todo lo que está sucio es antiguo. Confunden la pátina con la mugre.
Antes de terminar, me parece que les debo una explicación a los lectores, si es que los tengo: las «águilas caudales» de que habla el célebre poema del Tuerto López, que da inicio a esta crónica, eran unos pájaros ya extinguidos, imponentes y de pico afilado, que limpiaban el campo comiéndose a los reptiles. Por lo que puede verse actualmente en las calles de Cartagena, me parece que ahora son los reptiles los que se están comiendo a las águilas.
Lo que responden la Alcaldía y Hyundai
Desde el 20 de septiembre y hasta ayer, EL TIEMPO solicitó una reacción de la Alcaldía de Cartagena. La Administración de la ciudad informó que el alcalde Campo Elías Terán no haría comentario alguno, por razones de salud. Entre tanto, y tras varios días en busca de una respuesta de Hyundai, un directivo de la empresa dijo ayer que no se pronunciaba oficialmente al respecto.
Sin embargo, el pasado domingo, Carlos Mattos, cabeza de la firma Hyundai, entrevistado por ‘El Universal’, de Cartagena, dijo lo siguiente sobre la exhibición de carros en la zona verde de La Tenaza: «Tramitamos el permiso, que fue totalmente aprobado no solamente por la Alcaldía, la Secretaría del Interior, Cruz Roja, entidad del Medio Ambiente y de Patrimonio y Asocentro, que son los defensores número uno del Centro Histórico».
Aseguró que la información evaluada por el Ministerio de Cultura para ordenar el retiro de la estructura de exhibición de vehículos era equivocada.
Juan Gossaín
Especial para EL TIEMPO
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